Una gota fría recorrió los cimientos del Camp Nou a la hora de la sobremesa. Barça y Las Palmas aún andaban tanteándose cuando Messi se quedó tendido en el césped, bajo los palos de la portería rival. Había chocado con un defensa rival, Bigas, en su intento de remate, y la rodilla izquierda se le giró. Intentó seguir jugando, pero poco después, cuando el reloj del Camp Nou solo contaba diez minutos de fútbol, se quitó el brazalete, se sentó en la hierba y pidió el cambio. Un partido teóricamente cómodo se convertía de repente en el partido de la ansiedad y del miedo.
Lo resolvió el Barça con más dudas que certezas, agarrado a la inspiración goleadora de Luis Suárez, que ejerció de delantero centro de los de toda la vida para salvar un partido que por momentos, pareció convertirse en una tortura, con la afición y el equipo más pendientes de la rodilla de Messi que del césped.
Bajo la mirada desde el palco de Steve Archibald, uno de esos delanteros puros que no triunfaron en Can Barça, Suárez reivindicó su papel de goleador cuando más lo necesitaba el equipo.
El Barça atravesó un periodo melancólico durante los minutos que siguieron a la lesión de Messi, pero Suárez liquidó la amenaza de la depresión con un gol de los de toda la vida: Sergi Roberto, impecable como lateral derecho, progresó por su banda y emitió un centro teledirigido a la cabeza del uruguayo, que se elevó entre Aythami y Alcaraz para conectar un remate perfecto.
A falta de otras posibilidades, el Barça apeló al recurso de siempre, un balón abierto a banda y un remate del delantero centro. Fútbol básico, pero efectivo. En momentos de crisis, conviene agarrarse a las certidumbres que resisten el paso del tiempo.
El Barça empezaba a resolver la papeleta del marcador, pero no aprobó del todo la asignatura del juego: el equipo volvió a sufrir en las transiciones de ataque a defensa: Las Palmas puso en apuros a la zaga blaugrana en varios contragolpes que no acabaron en gol por la falta de contundencia de Roque Mesa o de Araujo, pero que pusieron de los nervios a Ter Stegen.
El portero alemán, normalmente frío y cerebral, no dudó a la hora de abroncar a sus defensas en más de una ocasión. Síntoma de que su coraza gélida esconde un carácter pasional, pero también de que los cimientos defensivos del equipo necesitan una capa de chapa y pintura con cierta urgencia.
Suárez volvió a aparecer en el arranque de la segunda mitad: el Barça volvió a progresar por la banda derecha, donde surgió la figura de Munir (sustituto de Messi), que se sacó de la manga un buen centro al punto de penalti. El destinatario del mensaje era Busquets, en pleno punto de penalti, pero en lugar de rematar, el centrocampista dejó pasar el balón. Fue un movimiento sutil, una especie de asistencia de gol sin necesidad de tocar el cuero, porque unos metros más atrás, Suárez fusiló a Javi Varas sin miramientos. El 2-0 parecía cerrar definitivamente el resultado, pero hay partidos empeñados en deparar emociones fuertes hasta el pitido final.
Pudo sentenciar del todo Neymar, encargado de lanzar un penalti que había provocado Suárez, estrellando un balón en las manos de Alcaraz. Pero el brasileño envió el penalti a las nubes. Ni siquiera desde los once metros tiene suerte este Barça.
Un final agónico
Después del error de Neymar desde los once metros, el partido entró en terreno de nadie. El Barça andaba más preocupado del diagnóstico de la lesión de Messi que del resultado. Las Palmas se estiró tímidamente, pero llegó muy tarde al partido, porque cuando marcó Jonathan Viera, al encuentro solo le quedaban tres minutos de vida. Ni siquiera pudo disfrutar el equipo de un final plácido, víctima de una versión especialmente cruel de la ley de Murphy. El remate de Viera rebotó en Piqué antes de colarse en la portería de Ter Stegen.
Antes, hubo tiempo para que Luis Suárez pudo firmar un hat trick, pero su remate a bocajarro, a un palmo de Javi Varas, se estrelló en el portero. También para que Mascherano rozase su primer gol con el Barça, pero su disparo de media distancia también lo despejó Varas.
Con la lengua fuera y pidiendo la hora, el Barça cerró un partido agónico, que empezó torcido y estuvo a punto de estropearse al final. El público salió del Camp Nou mosqueado y rumiando cómo será la vida sin Messi en las próximas semanas. Ganó el Barça, pero perdió a su mejor jugador. Mal negocio en los tiempos que corren.
Bajo la mirada desde el palco de Steve Archibald, uno de esos delanteros puros que no triunfaron en Can Barça, Suárez reivindicó su papel de goleador cuando más lo necesitaba el equipo.
El Barça atravesó un periodo melancólico durante los minutos que siguieron a la lesión de Messi, pero Suárez liquidó la amenaza de la depresión con un gol de los de toda la vida: Sergi Roberto, impecable como lateral derecho, progresó por su banda y emitió un centro teledirigido a la cabeza del uruguayo, que se elevó entre Aythami y Alcaraz para conectar un remate perfecto.
A falta de otras posibilidades, el Barça apeló al recurso de siempre, un balón abierto a banda y un remate del delantero centro. Fútbol básico, pero efectivo. En momentos de crisis, conviene agarrarse a las certidumbres que resisten el paso del tiempo.
El Barça empezaba a resolver la papeleta del marcador, pero no aprobó del todo la asignatura del juego: el equipo volvió a sufrir en las transiciones de ataque a defensa: Las Palmas puso en apuros a la zaga blaugrana en varios contragolpes que no acabaron en gol por la falta de contundencia de Roque Mesa o de Araujo, pero que pusieron de los nervios a Ter Stegen.
El portero alemán, normalmente frío y cerebral, no dudó a la hora de abroncar a sus defensas en más de una ocasión. Síntoma de que su coraza gélida esconde un carácter pasional, pero también de que los cimientos defensivos del equipo necesitan una capa de chapa y pintura con cierta urgencia.
Suárez volvió a aparecer en el arranque de la segunda mitad: el Barça volvió a progresar por la banda derecha, donde surgió la figura de Munir (sustituto de Messi), que se sacó de la manga un buen centro al punto de penalti. El destinatario del mensaje era Busquets, en pleno punto de penalti, pero en lugar de rematar, el centrocampista dejó pasar el balón. Fue un movimiento sutil, una especie de asistencia de gol sin necesidad de tocar el cuero, porque unos metros más atrás, Suárez fusiló a Javi Varas sin miramientos. El 2-0 parecía cerrar definitivamente el resultado, pero hay partidos empeñados en deparar emociones fuertes hasta el pitido final.
Pudo sentenciar del todo Neymar, encargado de lanzar un penalti que había provocado Suárez, estrellando un balón en las manos de Alcaraz. Pero el brasileño envió el penalti a las nubes. Ni siquiera desde los once metros tiene suerte este Barça.
Un final agónico
Después del error de Neymar desde los once metros, el partido entró en terreno de nadie. El Barça andaba más preocupado del diagnóstico de la lesión de Messi que del resultado. Las Palmas se estiró tímidamente, pero llegó muy tarde al partido, porque cuando marcó Jonathan Viera, al encuentro solo le quedaban tres minutos de vida. Ni siquiera pudo disfrutar el equipo de un final plácido, víctima de una versión especialmente cruel de la ley de Murphy. El remate de Viera rebotó en Piqué antes de colarse en la portería de Ter Stegen.
Antes, hubo tiempo para que Luis Suárez pudo firmar un hat trick, pero su remate a bocajarro, a un palmo de Javi Varas, se estrelló en el portero. También para que Mascherano rozase su primer gol con el Barça, pero su disparo de media distancia también lo despejó Varas.
Con la lengua fuera y pidiendo la hora, el Barça cerró un partido agónico, que empezó torcido y estuvo a punto de estropearse al final. El público salió del Camp Nou mosqueado y rumiando cómo será la vida sin Messi en las próximas semanas. Ganó el Barça, pero perdió a su mejor jugador. Mal negocio en los tiempos que corren.